Una comedia agridulce de amor y superación.
El director y guionista de Los Descendientes, Alexander Payne, continúa buscando haciéndonos disfrutar con películas intimistas, alejadas de la acción y la risa fácil que imperan actualmente en Hollywood, como ya hizo con sus anteriores trabajos, Entre Copas y A propósito de Schmidt.
Y lo hace con una película, basada en la novela de Kaui Hart Hemmings del mismo nombre, Los Descendientes (The Descendants), que no se ocupa de un asunto alegre precisamente, a pesar de que Los Descendientes sea una comedia, agridulce, eso sí: Matt King, el protagonista de Los Descendientes (un George Clooney que realiza el que quizá sea el mejor papel de su carrera), casado y padre de dos niñas, se ve obligado a reconsiderar su pasado y a encauzar su futuro cuando su mujer sufre un terrible accidente de barco en Waikiki.
En medio de su duelo, Matt debe tomar una decisión trascendental sobre la herencia que le deja su mujer, ya que ellos son los descendientes de la unión de los primeros misioneros de las islas con los nativos de éstas, y poseen las últimas playas vírgenes privadas que quedan en Hawai, de un valor incalculable.